La fiesta del colegio que me ayudó a ver a mi hijo más allá de su progreso en lectura
Después de que mi hijo fuera diagnosticado en primer grado con y , mis primeras conversaciones con sus maestros y con el equipo del IEP fueron todas sobre “cosas importantes”. Los resultados de la evaluación, la enseñanza individualizada de la lectura y las . Hablamos de todas las maneras en que podíamos ayudarlo a ponerse al día y estar al nivel de sus compañeros, y a que avanzara en la escuela.
No hablamos de lo que consideraba “cosas insignificantes”, las cosas que sucedían diariamente en la escuela y que no eran un problema, como el recreo, las reuniones y las excursiones. No le daba importancia a eso.
Hasta que fueron un problema.
En primer y segundo grado a mi hijo lo sacaban diariamente del salón para que recibiera clase de lectura en otra aula. Eso sucedía cuando sus compañeros también tenían clase de lectura. Además lo buscaban una vez por semana para recibir terapia del habla y del lenguaje.
El resto del tiempo estaba en clase con todos sus amigos, haciendo exactamente lo ellos hacían y al mismo tiempo. Eso incluía participar en las muchas festividades a lo largo del año escolar.
Pero en tercer grado la escuela cambió al horario en bloques. Ahora la lectura se enseñaba en un bloque junto con estudios sociales, y mi hijo pasaba 80 minutos al día en un salón de educación especial aprendiendo ambas asignaturas. Solo era un periodo adicional al día, pero lo perjudicó.
En tercer grado se sentía más cohibido por desaparecer del salón de clases de educación general en la mitad del día. Más tarde me enteré que le decía a sus compañeros que iba a su casillero (por hora y media).
Debe haber hecho un gran esfuerzo intentando ocultarlo, y estoy segura de que era estresante. No obstante, parecía estar progresando en lectura y estar al día con las otras materias. Eso era lo que me importaba. De eso hablamos en la conferencia de padres y maestros de otoño.
Después llegó la fiesta de Acción de Gracias en su salón de educación general. Al igual que cada año, recibí un correo electrónico grupal de los padres de la clase solicitando voluntarios para ayudar. Me comprometí en llevar galletas y me tomé la tarde libre en el trabajo.
Al llegar ese día al salón me encontré a los padres acomodando las mesas de comida, y a los chicos deambulando esperando para comer. Pero no vi a mi hijo por ningún lado. Cuando pregunté a la maestra si sabía dónde estaba, sus ojos se abrieron de par en par. “¡Ay, no! ¡Aún está en el otro salón! Llamaré de inmediato y haré que venga”.
Un minuto más tarde apareció una pequeña figura. Cuando llegó al salón, no se acercó a hablar conmigo. Intentaba pasar desapercibido. Fue doloroso darme cuenta de lo apartado que se encontraba parte del día.
Nadie había impedido que mi hijo asistiera a la fiesta del salón. Tanto la maestra de educación general como la maestra de educación especial se sintieron mal y se disculparon por la falta de coordinación. Y por supuesto, yo tampoco había pensado en ello. De hecho, yo no sabía en qué momento del día mi hijo se encontraba en el salón de educación especial.
Sin embargo, esa fue la primera y última vez que sucedió. El resto del año sus maestros se aseguraron de estar coordinados cuando los eventos ocurrieran durante el bloque de lectura y estudios sociales. Y yo me aseguré de saber cuándo ocurrían los eventos en ambas clases.
Después de eso, puse mucha atención a las cosas pequeñas y cómo podían afectar a mi hijo. Durante sus dos últimos años de primaria, pedí a sus maestras de educación especial y de su salón de clases regular que me informaran de las celebraciones para evitar que él se quedara fuera accidentalmente. Estuvieron contentas de hacerlo. Creo que todos entendimos lo importante que era.
Escuche a otros padres. Lea lo que una mamá quiere que los maestros sepan acerca de (la educación expecial inclusiva) su hijo. Y averigüe cómo un papá está aceptando el IEP de su hijo.
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