Nunca es demasiado tarde: Un IEP para mi hija en el bachillerato
Cuando escucha el término Programa de Educación Individualizado (IEP, por sus siglas en inglés) automáticamente podría pensar en un niño. Así pensé yo hasta que apoyé a mi hija para que obtuviera su primer IEP al comienzo del bachillerato.
Mi hija fue examinada por un neuropsicólogo dos veces cuando era niña. Los resultados de esos exámenes no revelaron un diagnóstico definitivo. Mostraron que ciertas habilidades requerían atención. Intentamos trabajar conjuntamente con la escuela para desarrollar esas habilidades.
Sin embargo, fue en octavo grado cuando nos enfrentamos con la elección: evaluarla otra vez para determinar si necesitaba servicios escolares u olvidarnos por completo de la idea de .
Mi hija insistía que algo andaba mal. Quería que la examinaran otra vez y yo acepté. Estoy contenta que lo hice, la tercera vez fue la definitiva. Esta vez el neuropsicólogo literalmente me dijo que me agarrara del asiento. “Ella tiene”, me dijo, “, y un ”.
Me sentí tan aliviada que quería llorar. Fue la primera vez que todo lo que pensé que era cierto fue validado. Después de años de sentir que no éramos capaces de proporcionarle la ayuda que necesitaba para desarrollar todo su potencial (¡eso me torturaba!), finalmente aprendimos que era el momento de usar medicación para ayudarla con la atención y la concentración. Admito que no estaba completamente lista para dar ese paso y ni siquiera convencida de que funcionaría. Pero una vez que la medicina empezó a actuar, el cambio en su comportamiento fue notable.
Al tener el reporte del neuropsicólogo pensé que el distrito escolar proveería los servicios que el especialista recomendaba. Estaba consternada, me costaba creerlo. Pero a pesar del reporte tuvimos que abogar por conseguir los servicios que mi hija necesitaba. Finalmente contratamos un abogado que representara a mi hija. Con su ayuda mi hija obtuvo un IEP.
A pesar de que el IEP de mi hija fue diseñado acorde con sus necesidades, al comienzo no era perfecto. Se benefició un 95% de la ayuda que recibió, pero parte de la enseñanza proporcionada no fue útil. Fue entonces cuando su relación con sus maestros comenzó a tener una importancia que antes no tenían.
Comenzó a trabajar con un maestro de educación especial en particular. Ese maestro la ayudó con los cursos académicos de una manera diferente a como ella lo había hecho anteriormente. Con el tiempo, comencé a notar cambios positivos en su autoestima y la confianza en sí misma. La conexión de mi hija con ese maestro duró años, desde el bachillerato hasta la universidad.
Obtener un IEP en esta etapa tardía significó que mi hija tenía edad suficiente para asistir a las reuniones de su IEP y participar en la determinación de cuáles eran sus necesidades. Aprendió a abogar por sí misma. El proceso fue lento y doloroso al principio, pero finalmente se convirtió en una estudiante respetada por los administradores de la escuela.
La conclusión es: Nunca es demasiado tarde para buscar la ayuda que su hijo necesita. Sé de lo que hablo. Yo lo viví.