Por qué adoro mi cerebro disléxico
Hace unas semanas ocurrió algo que me recordó por qué estoy agradecida de mi cerebro disléxico.
Soy maestra y estaba trabajando en clase con mis estudiantes. Iba de escritorio en escritorio dando instrucciones pacientemente y premiando con calcomanías, mientras los niños me bombardeaban con preguntas. Tenía un ojo puesto en un estudiante y el otro en mi actividad siguiente, mientras me preparaba para asignar un problema de matemáticas a la clase. Uno de los padres voluntarios tenía dificultad para seguir mi ritmo.
Después de la clase el padre se acercó y me dijo un poco aturdido: “¿Cómo hace para dirigir a todos los niños? Yo estoy agobiado”.
“Supongo que soy afortunada”, dije. “Mi cerebro maneja el caos bastante bien”.
Siempre he sabido que salgo adelante en situaciones desordenadas. Pero no había pensado en cómo eso me ayudaba en mi trabajo de maestra hasta que este padre lo mencionó. Me hizo sentir bien.
Sin embargo, no siempre me he sentido contenta con la forma en que funciona mi cerebro.
En primaria tuve problemas para aprender lo básico de la lectura y la escritura. Después de que mi mamá me vio intentando leer un libro al revés, hizo que me evaluaran. Fue entonces cuando mi familia supo que yo tenía dislexia. Luego nos enteramos de que también tenía . Mi familia me consiguió apoyo en la escuela y me ayudó en la casa diariamente. Así me convertí en una muy buena estudiante.
Pero tener dislexia seguía siendo duro para mí. Tardaba más tiempo en terminar los deberes que los demás. Esto realmente empezó a afectarme en bachillerato.
Mientras mis amigos salían los fines de semana, yo me quedaba en casa haciendo la tarea. Mis padres nunca me forzaron a hacerlo. Me dejaron elegir. Yo decidí esforzarme para que me fuera bien en la escuela. Quizás porque sentía la necesidad de demostrar que las personas estaban equivocadas. Aun así, seguía resentida de que mi cerebro fuera diferente.
Cuando eres joven es muy fácil notar en qué no eres bueno, como leer un libro. Es mucho más difícil darse cuenta de lo que haces bien. Y yo no era consciente de una de mis mayores fortalezas.
Aunque tardaba más en hacer mis deberes, los podía hacer mientras hacía otras cosas. Hacía mi tarea de matemáticas con la televisión encendida y hacía todos los problemas correctamente. Tener la televisión encendida volvía loco a mi papá, pero era la forma en que mi cerebro funcionaba bien.
Pienso que si en ese momento me hubiera dado cuenta de lo diferente que era de mis compañeros de bachillerato, hubiera sido mucho más feliz. Pero nunca puse atención a las cosas que podía hacer, solo a las que no podía hacer.
Mi momento más difícil fue durante mi primer año en la universidad. En ese ese año no recibí el apoyo ni las que la universidad me había prometido. Me encontraba en la costa este alejada de mi familia en California y las cosas empeoraron. Aunque estaba obteniendo buenas calificaciones, el estrés era demasiado. Después de hablar con mis padres abandoné la universidad.
Fui transferida a una universidad cerca de San Francisco y a partir de ahí las cosas mejoraron. La universidad tenía un departamento de servicios para discapacitados excelente. Pude reunirme con otros estudiantes que tenían diferencias en la manera de pensar y aprender. Ellos me presentaron a Eye to Eye, una organización de mentores a nivel nacional.
De repente en Eye to Eye empecé a conocer otros estudiantes que pensaban de la misma manera en que yo pensaba, que veían el mundo como yo. Empezaba una oración y otro la terminaba. Me di cuenta de que no era la única.
Al avanzar en la universidad también empecé a darme cuenta de la parte de mí que le encanta realizar varias actividades al mismo tiempo. Y empecé a aprovecharlo. Me encanta hacer malabarismos con diez proyectos a la vez, incluso si a veces necesito un empujón para terminarlos. La actividad me da energía.
El mismo cerebro que causa mis dificultades con la lectura me permite dirigir a más de 20 estudiantes, 6 horas al día, 5 días a la semana durante 9 meses al año y no volverme loca. Es por eso que puedo tener a un grupo de estudiantes en un escritorio, dos haciendo sumas, dos multiplicaciones y dos restando, mientras voy de un lado a otro sin perderme de nada. No todos lo pueden hacer. Pero tardé mucho tiempo en darme cuenta de esta capacidad.
Tengo excelentes habilidades en algunas áreas y dificultades en otras. Todo es parte de quien soy y no me gustaría ser de ninguna otra forma. Es por eso que adoro mi cerebro disléxico.
Vea un video sobre la dislexia y el cerebro.
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