Llevar a su (hiperactivo) hijo al trabajo
La mayoría de los niños tienen curiosidad de saber adónde van sus padres todos los días cuando salen para el trabajo. Cuando mi hijo Eric era pequeño, me hacía esa pregunta constantemente.
¿Dónde queda tu trabajo?
¿Te sientas en un escritorio o en una mesa?
¿Hay ascensor?
Si él hubiera sido otro tipo de niño lo hubiera llevado conmigo un día para que viera por él mismo. Sin embargo, entre los 4 y 5 años de edad Eric tenía la energía de tres niños. Hablaba sin parar y se movía constantemente. Podía ser muy divertido, pero definitivamente era un niño problemático. Así que me resistí a la idea.
Su nivel de energía no fue un problema en el preescolar, ya que era una situación en la que no había una estructura rígida y pasaba la mayor parte del tiempo jugando. No obstante, las cosas cambiaron drásticamente cuando comenzó kínder.
Eric tenía dificultad para seguir las reglas y no podía evitar conversar o ponerse a hacer garabatos cuando se suponía tenía que prestar atención a la lección. Con frecuencia nos citaban en la escuela para hablar de su comportamiento y su dificultad para concentrarse. Y él comenzó a no querer ir a la escuela.
Así que cuando llegó el día “lleve su hijo al trabajo”, decidí que le daría un descanso del estrés escolar y lo traería a la oficina. Supuse que sería bueno para él ver qué hacía yo todo el día cuando no estaba con él. En parte, creo que también quería presentarlo y presumir con mis colegas. Después de todo, era mi hijo.
Cuando llegó el día, se despertó temprano y salió de la cama inmediatamente. Sin que yo tuviera que insistir, se puso la ropa que había elegido la noche anterior. Tenía una gran sonrisa que se hizo aún más grande cuando nos montamos en el tren para ir a la ciudad.
Cuando llegamos a mi oficina, caminamos alrededor y le mostré las cosas importantes, como el salón de conferencias. Le presenté a mis colegas y le expliqué lo que hacía cada uno.
Desafortunadamente, el día no aconteció como me hubiese gustado.
Para comenzar, Eric no miró ni les presto atención a mis colegas cuando hablaron sobre sus trabajos. No paró de agarrar objetos de sus escritorios, como la engrapadora o las carpetas. Cuando caminábamos por el pasillo se adelantó corriendo. Habló muy alto.
Ninguna de esas conductas eran ajenas al carácter de Eric. No obstante, se amplificaron en mi usualmente tranquila oficina. Algunos de mis colegas parecían molestos. Me sentí ansiosa y cohibida. Luego me sentí avergonzada por sentirme de esa manera acerca de mi hijo.
Algunos de mis compañeros de trabajo almorzaron con y Eric y conmigo. Él estaba emocionado. Demasiado emocionado. Se retorcía en su asiento y casi tiró su bebida de chocolate en dos ocasiones. No veía la hora de terminar de almorzar y tomarme libre el resto del día para llevarlo de regreso a casa en el tren, donde él se distraería y yo me relajaría.
Al día siguiente, uno de mis compañeros que había almorzado con nosotros se me acercó en el pasillo. “¡Ese hijo tuyo es hiperactivo!” dijo riendo en tono de broma. Creó que me ruboricé y respondí con una excusa sin darle mayor importancia.
No obstante su comentario se me quedó grabado durante años.
El comportamiento de Eric empeoró al avanzar el año escolar, y él se sentía cada vez más inconforme con tener que ir al kínder. Parecía confuso sobre qué estaba haciendo “mal” y por qué continuaba metiéndose en problemas.
En primer grado era claro que tenía problemas para leer y que también tenía dificultad para concentrarse. Siguiendo la sugerencia de su maestra, aceptamos que lo evaluaran.
No es de extrañar que fuera diagnosticado con TDAH y . La evaluación también reveló que tenía y de lenguaje.
En segundo grado comenzó a tomar medicación para el TDAH. Esto tuvo un gran impacto en su comportamiento (él dijo que lo hacía sentir más “maduro”) y en su capacidad para concentrarse. Pudo trabajar mejor en sus dificultades con la lectura y en general se sintió menos frustrado.
Sin embargo, nunca más lo lleve a mi oficina.
Eric no era el mismo niño que había venido a mi trabajo hace varios años. Estaba más calmado, era más feliz y también más maduro.
Todavía tiene problemas para leer y escribir, y a veces se frustra y se enoja. Sin embargo, continúa progresando, haciendo nuevos amigos, mejorando su habilidad para jugar fútbol y tratando de identificar sus destrezas.
Con todo lo que ha logrado, si lo llevara otra vez a mi trabajo sentiría que es un gran retroceso. Egoístamente, no quería escuchar que dijeran, “es un niño excelente” o “¡cuánto ha crecido!”. También habría escuchado los comentarios que se piensan y no se dicen: “...comparado con la última vez que estuvo aquí”.
Lo más importante es que mis compañeros de trabajo no tienen idea de lo que él ha pasado para poder llegar donde está. Así que no lo volví a llevar.
En su lugar, cuando mis colegas me preguntan cómo está Eric, les contesto: Está muy bien.
Y es la pura verdad.
Obtenga recomendaciones sobre cómo actuar cuando las personas son insensibles a las diferencias en la manera de pensar y aprender de su hijo.