Primero dislexia, ahora TDAH: Enfrentar el segundo diagnóstico de mi hijo
A veces, justo cuando crees que tienes todo resuelto para tu hijo, la vida nos pone a prueba. Eso fue lo que me ocurrió a mí.
Mi hijo fue diagnosticado con dislexia cuando estaba en tercer grado. Fue una sorpresa enorme para nuestra familia.
Antes del diagnóstico, la escuela era un tormento para él. Tenía problemas con lo básico en lectura y escritura, y sus maestros no tenían idea de cómo ayudarlo o qué hacer. Cada día, sus frustraciones lo sobrepasaban. Regresaba a casa llorando y se peleaba conmigo.
Las dificultades de mi hijo en la escuela no solo lo afectaban a él, también a mí. Me sentía muy mal por él. Y creía que a lo mejor había hecho algo mal como madre.
Decidí buscar la manera de ayudarlo. Hablé con todas las personas que pude encontrar que supieran acerca de las dificultades con la lectura. Poco a poco, fui aprendiendo por qué mi hijo tenía dificultades y cómo podía ayudarlo. Finalmente, fue evaluado y diagnosticado con dislexia.
Después del diagnóstico, mi hijo obtuvo un por sus problemas con la lectura. Recibió apoyos y servicios como instrucción en lectura. Le empezó a ir mejor en la escuela y a sentirse mejor con él mismo. Las cosas estaban mejorando.
Luego, en sexto grado la escuela pidió reevaluar a nuestro hijo. Por ley, él necesitaba ser reevaluado cada tres años para poder continuar recibiendo sus servicios escolares.
Cuando le comenté a mi hijo sobre la reevaluación, se preocupó. Pensó que el evaluador podría decirle que ya no tenía dislexia. La idea lo inquietaba porque estaba empezando a ver su dislexia de una forma positiva. Había logrado convencerse de que era inteligente y tenía algo qué ofrecer, y que solamente aprendía de manera diferente.
Le aseguré que la dislexia no desaparecía. Hablamos de que él era quien era, y que ahora comprendía su manera de aprender. Nada de eso cambiará, le dije.
Lo que yo no sabía era que la escuela quería hacer una reevaluación "completa”. No examinaría únicamente sus dificultades para leer, sino todas las necesidades de aprendizaje de mi hijo.
Durante la reevaluación, el neuropsicólogo le hizo una valoración para determinar si tenía problemas de atención. En una prueba, había una figura complicada que mi hijo tenía que copiar mediante un dibujo. La mayoría de los niños que se enfrentan a esta prueba comienzan el trazo en un punto del contorno de la figura y luego continúan hasta completar el dibujo. Pero mi hijo estaba disperso. No sabía por dónde empezar a dibujar y finalmente no completó la figura.
Después de la reevaluación, visité al neuropsicólogo para obtener los resultados. Me informó que mi hijo tenía dislexia, lo cual yo ya sabía. Pero también me dijo que tenía TDAH.
Salí de la oficina temblando. Al subir al auto, las lágrimas empezaron a resbalar por mi rostro. Lloré durante todo el camino a casa.
Después de todo por lo que había tenido que pasar mi hijo, me preocupé que ahora había algo más que enfrentar. Era otro reto para él, además de todo lo demás.
Al principio, no le mencioné nada sobre el TDAH.
No quise que mi negatividad afectara la opinión que tenía de sí mismo. No quería que se diera cuenta de mi ansiedad. En su lugar, hice lo mismo que cuando supe que tenía dificultades con la lectura: Empecé a hablar con personas sobre los problemas de atención.
A medida que fui aprendiendo más y el sobresalto inicial desaparecía, su diagnóstico de TDAH tuvo cada vez más sentido para mí. Por ejemplo, cuando mi hijo regresaba de la escuela, nunca sabía por dónde comenzar su tarea. Cuando tenía más de una opción, tenía dificultad para decidir qué hacer primero o en qué orden hacerlas. Esas eran señales de sus problemas de atención.
Finalmente, decidí hablarle sobre su diagnóstico de TDAH. Para mi sorpresa, no pareció molesto. Por tener dislexia, ya sabía que aprendía de manera diferente. El diagnóstico pareció ayudarlo a conocerse mejor. Ahora solo era cuestión de averiguar cómo ayudarlo con este nuevo desafío.
Mientras mi hijo estaba en la escuela media revisamos muchas opciones de tratamiento para el TDAH. Consideramos usar medicación, pero finalmente decidimos no usarlos. Pero nos enfocamos en estrategias para ayudarlo con la organización y la concentración.
Por ejemplo, todos los días hablábamos sobre las tareas escolares que tenía que hacer y cuándo tenía que entregarlas. Parece simple, pero fue de gran ayuda para él. Al igual que con su dislexia, averiguamos qué funcionaba para su TDAH.
Hoy en día, mi hijo es probablemente una de las personas más organizadas que conocerá. De hecho, es mucho más organizado que sus amigos que no piensan y aprenden de manera diferente. Quizás es porque tiene que serlo.
Mirando en retrospectiva, aunque lloré aquel día, estoy agradecida de haberme enterado de que tiene TDAH. Si no lo hubiésemos sabido, no hubiésemos podido ayudarlo. Saberlo fue una gran suerte.
Averigüe qué hacer si le preocupa que su hijo pudiera tener TDAH o dislexia.