5 cosas que me gustaría que la gente supiera sobre la crianza de un niño con dificultades de procesamiento sensorial
Criar a un niño con dificultades del procesamiento sensorial podría parecerle a los demás que es ser condescendiente. Un padre explica por qué no es así.
Mi hijo de 6 años le tiene miedo a los perros. No es tanto que tenga miedo de que un perro le salte encima o lo muerda. Más bien, tiene que ver con sus dificultades del procesamiento sensorial, ya que el sonido de los ladridos lastima sus oídos.
El verano pasado, mi hijo estaba jugando en el parque con otros niños del vecindario y vio a un perro amarrado con una correa. Dejó de jugar, se tapó sus oídos y se fue al otro extremo del parque. No hubo manera de convencerlo de que regresara a jugar. Me pidió que nos fuéramos a la casa.
Cuando nos estábamos yendo del parque, sentí las miradas de muchos de los otros niños y padres. Imaginé que pensaban: “¿Qué le pasa a ese niño? ¿Cuál es el problema? ¿Por qué su papá se lo permite”.
Es en momentos como este cuando me gustaría que las personas supieran algunas cosas acerca de criar a un niño que tiene dificultades del procesamiento sensorial.
1. Mi hijo percibe los sonidos, las texturas, los sabores, olores y estímulos visuales de manera diferente a otros niños
La textura de cierta ropa y alimentos incómoda mucho a mi hijo. Un olor ligeramente desagradable puede ser suficiente para provocarle náuseas y que se tape la nariz.
Sonidos fuertes que podrían resultar ligeramente molestos para la mayoría de las personas son ensordecedores para él. Los ruidos inesperados lo asustan mucho más que a otros, y hacen que salte o se caiga. Cuando está en un lugar ruidoso le decimos que use audífonos con cancelación de ruido.
2. No se está haciendo el “difícil” ni “portándose mal”
Visto desde afuera, podría parecer que mi hijo es insolente o irrespetuoso. Lo cierto es que se siente abrumado.
Cuando mi hijo tenía 3 años, literalmente saltaba fuera de la bañera y salía corriendo. Fue después que entendimos que la sensación del agua en su cabeza y la textura de la alfombra antideslizante de la bañera le causaban una gran incomodidad. Estas sensaciones desencadenaban su instinto de lucha o huida y por eso se escapaba.
3. Ninguna explicación o palabras tranquilizadoras harán que “lo supere”
Para ayudar a mi hijo a adquirir habilidades para enfrentar problemas, nos esmeramos en explicarle las situaciones. Le aseguramos que está a salvo y que lo protegeremos y cuidaremos.
Por ejemplo, en el parque le dije que el perro estaba amarrado. Le expliqué que el perro era amigable y no estaba ladrando. Pero estas explicaciones y garantías no pueden eliminar su malestar. Y no siempre pueden contrarrestar la ansiedad o el temor que siente mi hijo.
4. Mi hijo no “lo comerá aunque tenga mucha hambre”
Algunos niños pueden comer brócoli, pero mi hijo no. Es lo que algunos llaman un “supercatador”. Esto significa que un sabor amargo le resulta tan intenso que instintivamente su garganta se cierra y no podrá tragarlo. Ciertos alimentos son demasiado desagradables para él.
5. No estoy mimando a mi hijo
Sé que las personas suelen pensar que estoy sobreprotegiendo o mimando a mi hijo. Pero no es cierto. Si fuera alérgico al maní no le prepararía un sándwich de mantequilla de maní para el almuerzo. Si fuera alérgico a la picadura de abejas, me sentiría nervioso cerca de colmenas y flores.
Él tiene dificultades del procesamiento sensorial, así que me aseguro de que se sienta bien en un mundo lleno de estímulos abrumadores. Esto puede significar exponerlo un poco para que se acostumbre al mundo. Pero en otras ocasiones significa protegerlo de cosas que le causan ansiedad o una sobrecarga sensorial. Es un balance difícil que intento lograr todos los días.
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